Me pregunto si nuestro poeta Gonzalo Rojas Pizarro estará muy tranquilo en su tumba del patio de los artistas, en el Cementerio Municipal de Chillán, luego que su biblioteca personal emigre, por decisión de su hijo Gonzalo Rojas May, presidente de la fundación que lleva su nombre, al Campus Casona de las Condes de la Universidad Andrés Bello en Santiago, donde la colección tendrá un acceso restringido.
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¿Se imaginan alguna de las casas de Neruda sin sus libros, sin las caracolas, las botellas, los mascarones de proa? Yo no me imagino la casa de Rojas sin sus libros. Mientras me desempeñé como su secretaria, escuché de su propia boca el deseo de que su casa se transformara en un centro de estudios vivo, donde especialmente los jóvenes poetas accedieran a su biblioteca. Nunca deseó un museo, incluso planeaba que los poetas recibieran una beca de estudio, pudieran alojarse allí y contar con un espacio para la creación.
No me basta con ver su vestón, su gorra y ese figurín de cartón que burdamente nos recuerda su presencia actualmente en una de las salas del Centro Cultural Casa Gonzalo Rojas, inaugurado el 20 de agosto de 2013. La verdadera presencia de un escritor está en su obra, aspecto que las máximas autoridades del país y del municipio local no dimensionaron. Para ellas basta con la donación de la casa, entregada en comodato a la Municipalidad de Chillán, para que funcione un centro cultural sin alma, con un directorio de la corporación nombrado a dedo.
El problema no es la falta de espacio para los 26 mil libros de Gonzalo Rojas. El verdadero nudo crítico está en la mala costumbre arraigada en el municipio chillanejo de hacer las cosas a medias, ya que ninguno de los “encargados de la cultura” lideró un plan de gestión para la casa del poeta. Claramente, su visión pequeña no alcanzó para pensar en la valiosa biblioteca, en cómo resguardarla y en el aporte que significaba para nuestra ciudad considerando que la actual biblioteca municipal resulta, por decirlo de manera sutil, precaria, tanto en espacio como en su colección bibliográfica.
Es así como los chillanejos nos quedaremos con el cascarón, con las paredes de la casa larga de la calle El Roble, que servirá como una sala más, pero sin los libros, que era lo que más atesoraba nuestro Premio Nacional de Literatura.
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