Frustrante debe haber sido para el actual Ministro del Trabajo –el Sr. Jobet– el capítulo final de “Los 80”. Y es que la epifanía huelguística de Juan Herrera le debe haber parecido del todo impropia.
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“La mayoría de los puertos del país están cumpliendo su labor y eso es gracias, no sólo a los empresarios portuarios, sino que también a la inmensa mayoría de los trabajadores portuarios que hacen su trabajo de forma honesta, silenciosa y que saben que la manera de conseguir mejores condiciones para ellos es el diálogo”.
¿Qué entiende el Ministro del Trabajo por un trabajador “honesto” y “silencioso”? ¿Incluye ese silencio, que tanto valora, callarse, a pesar de, por décadas, no haber tenido derecho a colación, por ejemplo?
No demos muchos rodeos psicoanalíticos. El bueno es silencioso, el malo se parece a los portuarios. Tiene un defecto que a sus ojos lo hace un pecador: reclama sus derechos y está dispuesto a paralizar su producción con tal de que se respeten sus trabajos y sus derechos.
Vamos, toda una oda a Juan Herrera. A Juanito, más bien, el de antes.
De ahí la frustración con el giro vital del final de la historia de la serie. Qué mal el señor Herrera, debe haber dicho el Ministro que ya se va. Pudiendo elegir el camino de la lealtad con la empresa –el del silencio zen que les exige a los portuarios– y el diálogo eterno con la autoridad, escogió el más equivocado: el de la huelga.
¿Cuántos Juanitos estarán mirando hoy el conflicto portuario mordiéndose los labios y pensando lo mismo: que tienen razones de sobra para protestar y participar de una huelga? ¿Cuántos Juanitos se preguntarán cómo en un país cuyo ingreso per cápita esta pronto a alcanzar el de un país desarrollado (20 mil dólares), el salario promedio de los trabajadores en Chile no supera los 300 mil pesos mensuales?
Pues bien, la huelga de los portuarios deja unas interesantes lecciones –toda una guía– para los Juanitos Herrera del Chile de hoy:
Primero, que las reglas del trabajo fueran hechas para favorecer descaradamente a una de las partes. Podría decir que basta pensar que su autor fue José Piñera y no agregar nada más. Pero me cuidaré de la falacia ad hóminem y explicaré el punto: toda la legislación laboral chilena está construida para que los trabajadores carezcan de todo poder y relevancia en la fijación de sus propias condiciones de trabajo.
Y la fórmula, en lo esencial, fue evitar a toda costa que los trabajadores negocien colectivamente por sobre la empresa en que trabajan – impidiendo en la práctica la negociación con más poder para los trabajadores, como es la interempresa o por área– y dejando, al mismo tiempo, a esos trabajadores sin una huelga de verdad en la negociación colectiva: legalizando el reemplazo de trabajadores en huelga.
Un solo dato demoledor del éxito de Piñera: hoy hay, proporcionalmente hablando, menos trabajadores sindicalizados y bajo una negociación colectiva que en el último año de la dictadura.
Segundo, que la huelga es mucho más que lo que siempre nos dijeron que era. La huelga no es sólo dejar de trabajar por razones de una negociación de un contrato colectivo, sino que corresponde a cualquier interrupción del proceso productivo, dentro o fuera de una negociación colectiva.
De hecho, una parte de los portuarios lleva a cabo hoy lo que en el derecho internacional se llama huelga de solidaridad, esto es, motivada por razones de apoyo a otros trabajadores que viven situaciones laborales similares.
Tercero, las huelgas no son ilegales. Todo lo contrario: corresponden a un derecho fundamental, reconocido en tratados internacionales suscritos y vigentes en Chile (Convenio 87 de la OIT y art. 8 del Pacto de Derechos Económicos y Sociales).
Por ello, su excepcional ilegalidad debe estar, en cualquier caso, prevista por la ley mediante una expresa prohibición.
¿Y cómo, entonces, el Ministro del Trabajo y la propia Dirección del Trabajo –según consigna La Tercera de este domingo en la nota “¿Por qué nadie para a los paros?”– han calificado esta huelga de los trabajadores como ilegal?
Curioso, por decir algo, que la Dirección del Trabajo –un organismo lleno de abogados que saben tanto de estas cosas– y el Ministro Sr. Jobet –un señor que no sabe tanto de estas cosas–, hablen y hablen de la ilegalidad de la huelga portuaria, y al día de hoy no sean capaces de decirnos el “pinche” artículo del Código del Trabajo que prohíbe la huelga en estos casos.
La razón es sencilla: fuera de los ardientes deseos del Ministro del Trabajo y la actual Directora del Trabajo, no existe esa norma de prohibición.
¿Y entonces cómo explicar tanto salto en el vacío, para decirlo elegantemente?
Huele a pura defensa “silenciosa” de intereses empresariales vestida de discurso jurídico sobre la huelga.
Una cuestión al final, para el Juanito Herrera de este tiempo y quizás –está por verse– del Juan Herrera del futuro.
El de los años 80, a fin de cuentas, fue un derrotado. Retornada la democracia, tal como le enrostraba su jefe en esos notables minutos finales, “seguirán las mismas leyes”.
Y tenía razón, siguieron las mismas leyes. El Plan Laboral de la dictadura se mantuvo incólume y nunca los trabajadores volvieron a recuperar el poder que la dictadura les arrebató.
¿Qué ocurrirá ahora con la Nueva Mayoría y el Código del Trabajo de Pinochet?
Esa es la gran duda de los cientos de miles de Juanitos, que esperan ser –de ahora en adelante– sólo Juanes.
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